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Por Ashanti Dinah Orozco-Herrera

Y aquí estoy con mi pelito bailarín de crespos serpentinos,
vegetación sonriente de palmeras danzantes
que deslizan apotemas de júbilo, ritmo y memoria sensorial.

 

 

 

 

 

 

 

Mi pelo, ese alboroto indomable que me sigue a todas partes.
Hebra de lluvia crujiente desperezándose
hasta reverdecer en los raudales de los ríos.
Pelo de cafetales floreados en su rito de selva perfumada
pelo enraizado de tierras cálidas
-que cosecha platanales, cocoteros y miasma de manglares-
pelo enfiestado de ardillas, flamingos y armadillos
pelo ombligado de colmena de abejas, mariposas y gorriones.

Mi pelo, rebelde bosque tutelar:
todo un arco iris vegetal, rumor de caracolas de viento.
Espesa melena rizomática de enredaderas y jardines,
como bejucos de racimo [que enreversan /recubren con su textura y filigrana]
la órbita de mi rostro en un parloteo de grillos.

Pelo explosivo, el gran enigma de la genética mendeliana,
relámpago curvilíneo que estrangula el aire para desafiar la gravedad.
Colina enmontañada de fuego volcánico [con su sembradío de hoguera telúrica]
que cae convulso como un tornado sobre las cataratas de luz,
entre el éxtasis de la espiral laberíntica del tiempo.

Geografía capilar sobre el lomo del mapa africano,
que mozambiqueó las comarcas de oleaje perpetuo por donde nace el sol.
Imperio de rizos, que se anidó por más de quinientos años
entre los vientres anochecidos de los barcos,
y aguardó sigiloso al mar Caribe
para cimarronear un intrépido canto de vida.

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